viernes, 13 de febrero de 2015

evocaciones



Para Marlene Morales,
cuyo nombre estaba escrito en mis manos
 desde siempre.


Evocación a oscuras

Tu profecía la tuve aquella noche de fiebre, en la que me sentía solo. Un adolescente solo en medio de mucha gente. ¿Te imaginas algo más triste?

Deseaba sentir una mano que acaricie mi frente que ardía en fiebre y entonces apareció tu visión.

Veía mis manos como quien deseaba tomar tu rostro. ¿El rostro de quien si todo había sido un desencuentro hasta ese momento?

Entonces apareció la evocación profética:

Evocación profética

Tengo tu nombre escrito en mis manos.
No estoy solo, no sé donde pero sé que estas ahí,
en algún lugar del mundo.
Sé que amaré tus ojos, tus ojos negros, infinitos
bellos, dulces y duros,
Sé que amaré tu nariz perfilada y tus labios
Sé que sentiré devoción por tu piel blanca
Blanca como mis manos débiles de ahora,
Amaré tu sonrisa, me envolveré en tu voz y
Sentiré que eres la mujer de mi vida cuando te vea.
Sé que serás  bonita y que me sorprenderá que te enamores de mí.
Que me arrancarás del mundo para ser solo tuyo
Que me alejarás de mis amigos,
para convertirte en todo.
Por último, sé que tu nombre está escrito en mis manos
Y que allí está la respuesta que busco.

La fiebre era proporcional a mi inquietud. ¿Quién era yo? Un adolescente solitario, con un lápiz por amigo, un navegante tímido, una sombra que solo se materializaba en algunos momentos cuando dibujaba, cuando escribía. ¿Amigos, si los tenía? Pero era solo un bosquejo trazado con sombras temblorosas.

Tenía necesidad de ti, no sabes con que urgencia.

Pero aquella noche me sentía especialmente solo. Hasta los grillos que usualmente acompañaban mis ausencias, me negaban su saludo.
Pero aquel poema era profético. Necesitaba que sea profético, iba mi vida en ello.
Bajé de la cama,  busqué el lápiz –cordial amigo que soportaba mis arrebatos- y garabateé el poema.

Esa fue la primera vez que soñé contigo. Eras solo una sombra que se reflejaba en mis manos. No lo sabes pero hubiera sacrificado muchos años de mi vida  solo porque hubieras aparecido en ese instante.
Escribir –y escribirte por primera vez, me dio vida.

Mi soledad dejó de ser soledad y tuve un motivo para no sucumbir al tedio.
Me dije que algún día te encontraría, que sabría encontrarte en el poema, en el momento en que te mire, tal vez en un comentario irónico, en fin en algún detalle que me dijera que eras tú.
Era un adolescente solitario. Sin ninguna sonrisa que repare en mí y tú fuiste la primera promesa de vida.

Tenía que buscarte. Salir a caminar y vencer a la vida ¿podría un adolescente tímido con esa empresa?



Seis años más tarde, seguía sintiéndome solo, buscándote en los ojos negros, en las sonrisas dulces, en las narices perfiladas ¿Me creerás que buscaba enamorarme de alguna chica que tenga alguna de esas características? Releí el poema y presentí también que en las manos aparecería tu nombre.

Te reirás tal vez, pero me interesé en las chicas cuyos nombres comenzaban con “M”, o tuvieran esa letra en alguna parte de sus nombres o apellidos. Pensé también que tendrían la letra “M” grabadas en sus manos. Solo tendrías que buscar una chica con alguna característica tuya.


Pero pasaron seis años y no lograba descifrar mis sentimientos.
Comenzaba la Universidad. Eso en algo alivió tu ausencia. Entonces fue cuando escribí las evocaciones de los amores que debería haber tenido. Un verano que me moría de tedio, que me moría de tu ausencia. Si hubiera sido posible moldear a todas las mujeres que conocí y a las que debería conocer, y armar el rompecabezas, pero aun seguías ausente.

Eras solamente el retrato a tinta china que deseaba completar y al que le confiaba mis cuitas. No te encontraba, y solo me quedaba el consuelo de escribirte y soñar con que algún día puedas leer esto que ahora escribo.

Este fue el segundo poema. Lo llamé “evocación de angustia”

Evocación de angustia

Hace una larga angustia que no te escribo. No sé de donde llegó el verbo, pero me decido.
Me decido y tengo miedo. De escribir sobre tus ojos tengo miedo.
El amor siendo humano tiene algo de divino… claro, es “el plebeyo”. ¿Recuerdas “El Plebeyo”?  bueno de algo tengo que hablarte.

He escrito un cuento y te lo he dedicado. Tú no lo sabes pero te lo he dedicado. Tal vez pienses que amo a Marcela. Tal vez la ame. Tal vez. O que Mercedes se transforme en poema nuevo. Tal vez.  O que piense en la mujer ausente. Quizá todas ellas sean una sola sonrisa. Ya te lo he dicho. Quizá. Tal vez. Pero hace una larga angustia que no te escribo.

He dibujado tus labios. Quince papeles deliciosamente gastados. Sonriendo. Preocupada. Abstraída. Seria. Tu nariz y tus ojos. No digo nada más porque no te descubras. Ah, y tus cabellos.

Tú no lo sabes, pero la ausencia se ha puesto caparazón y camina a cuatro días. La alegría se ha empecinado en ser murmullo. Murmullo de tus miradas. Murmullo de tus noches intangibles. Me queda un poquito de alegría. No me quejo. ¿De no escribirte he de quejarme? Hace veinte Marcelas, quince Mercedes y una Mayra que no te escribo. Dibujé el recuerdo de Marietta para escribirte. Y ahora me faltan Mariam para conjugar tu nombre. ¿Recuerdas aquel poema? La otra vez, cuando soñé contigo –y aún amaba a Marcela- te lo conté. A ciento veinte sonrisas por minutos te lo conté. “También de palomar se muere un hombre”. Gonzalo Rose. Sabor de poema tenía el sueño.

Te lo dije. Hace una larga angustia que no te escribo. Continúo tratando de conjugar tu nombre. Tu bello nombre. No sé si más amo tus ojos o tu nombre. Hay un silencio de siglos mientras te escribo. Supongamos que haya viento y me trajera tu palabra. Amaría tu palabra. O que abriera el código y apareciera tu sonrisa. Amaría tu sonrisa. O que derramara tinta y sonriera tu perfil.

Hace una larga angustia que no te escribo. La letra es tímida mientras el verbo quiere elevarse a la enésima potencia. Supongamos que se perennizara la ausencia. Es infinitivo el recuerdo mientras te escribo. Adiós. Con la mirada te cojo de las manos mientras me despido. Y tú me dices adiós mientras me acerco.

Pasó un año más sin ti.

¿Recuerdas este poema? Te lo declamé tantas veces.
Juraba que esta vez si era cierto, que esos ojos si eran los tuyos, que ya te había encontrado, mas ¿cómo dejar de amar un dibujo inconcluso?

Te lo declamé en cada sonrisa que el azahar me brindaba. Sin embargo solo fueron bosquejos de algo que aun no terminaba. Amé sin ser amado, me amaron sin que  yo ame, y mi vida sentimental solo era un caos. Me resigné a amar pedazos de ti y entonces amé tus ojos, amé tu sonrisa, amé tu forma de conversar, aunque sea a través de de diversas personas.

Sin embargo en cada intento en que me acercaba a una parte de ti, sentí que te traicionaba. Entonces, el amor fue proscrito de mi vida.

Dibujaba frenéticamente por encontrar una pista tuya.
Entonces escribí para ti “Evocación en tinta”


  
Evocación en tinta

El pincel te recuerda con la lluvia. Con pequeñas gotas he bosquejado tus lágrimas. Tus lágrimas, las que no vertiste, las que añoraron caricias.

Como quien lava angustias, así ha caído la lluvia. Como quien se sonroja he cantado. Coloreando tu sonrisa he cantado. He amado a otra por seguirte amando. Tú lo sabes. Amo tu recuerdo. En cada labio, tu recuerdo.

Pero no he sido feliz. Hasta el amor fue débil. Hacía sol ¿entiendes? Tú sabes que odio el sol. Como un desprecio es el sol.

He amado a otra por seguirte amando. No interesa a quien ame. Tu recuerdo es inmortal mientras más te acerques. Como oleadas me llega tu palabra, como un dibujo, tu sonrisa. Como agua fresca.

He aquí que ha llovido. Como tu rostro la lluvia. La bien amada. Tu recuerdo y Tchaikovsky. Me remonté a Chopín y un nocturno te llamó a gritos.
Y hablé con Mariam de la Novena Sinfonía y hemos sonreído. Desde un precipicio hemos sonreído. El precipicio y Mariam. El pincel, la tinta y Mariam. La música y Mariam. Tu recuerdo y Mariam.

Sin embargo no amé a Mariam ¿increíble verdad?
Eras demasiada repetición como para amar a Mariam. Lo distinto podría anularte. Busque lo distinto. Pobre de mí. ¿Cómo borrar un retrato a tinta china?

Y tú, claro, sonreíste. Tu sonrisa triste como la lluvia. Como quien me da la mano, tu sonrisa.

Así, el recuerdo se hizo grande mientras el pincel cantaba tu ausencia.

Pasó otro verano. Los veranos tienen un color especial para mí. Tiene el color de la desesperanza. Nunca me gustó el verano.

Sé lo que me dirás: tiene que ver con mi contextura, con lo difícil que es para mí disfrutar de una tarde al sol por mi aspecto enfermizo.

Pero no era solo eso. Mi tristeza era interna. Mi delgadez era interna y odiaba el sol. Mientras la alegría inundaba el mundo y me obligaba a ser feliz, yo solo deseaba un poco de oscuridad.

Cuanto hubiera dado por un poco de oscuridad.

Así, desgarrado te escribí “Evocación a oscuras”


Evocación a oscuras

Porque de mi te acuerdes he dibujado un mundo. La tinta corre libre mientras te canto. El mundo duerme a tres mil estrellas por segundo. Que me importa. Afuera la calle suplica un invierno.
¡Un invierno! Si siempre fuera invierno tu nostalgia sería menos sonrisa.

Pero no es invierno. Tampoco tú te acuerdas. Quizá si te acuerdes. Es verano. Esta alegría me duele. Si tuviera tu sonrisa triste. Siempre he amado sonrisas tristes. Pero no. Si evocara tu tristeza. Sin embargo eres una diosa. Diosa tristeza. Diosa nostalgia. ¿Te quiero?

Como a un abismo te quiero. Como a un barranco. En nombre tuyo dibujo precipicios. Me pesan los sueños mientras te escribo. He buscado la música más triste para abrazarte. Un poquito de invierno. Solo un poco.

Porque de mi te acuerdes he dibujado un mundo. Su pudiera pintarlo color ausencia. Pero no es mi mundo. Nada es mío. Quizá ni estas letras sean mías. Me muero por la falta de un invierno. ¿No te da pena verme alegre? Mi alegría no es genuina. Si tan solo conjugara tu nombre. Siempre conjugo tu nombre.

Pero te he dibujado un mundo. Perfil de diosa. Viene el frío. ¿Oyes? Amo el frío. No me preguntes. Tan solo tres minutos. El papel te sonríe y las sombras cantan en tu nombre. Renazco. Porque yo me encuentre has sonreído. Has nacido. He triunfado.


El tiempo pasaba, el mundo seguía igual y ya me resignaba a que seas mi amiga. La amiga inventada, a la que se puede sonreír sin que duela el alma.

Rogué tanto para que te conviertas en mi amiga de atardeceres y pueda cesar mi búsqueda. La música en algo refrescaba mi pobre ser. El dibujo y la música clásica se convirtieron en mi vida.

Pensando en ti también me dedique a recorrerte en mis Códigos.
En un atardecer, te escribí  ”Evocación tardía”

Evocación Tardía

En recuerdo de tu nombre, amiga, te he escrito un poema. Hablando en voz baja he delineado tus labios. Tus labios, amiga, atardeceres nostálgicos.

Tu sonrisa se hace perfume mientras se inmortaliza Tchaikovsky. Como garúa cae tu nombre. Y yo dibujo tus ojos porque tú me mires.
Acaricio el bosquejo de tu rostro y acaso siento celos de mi lápiz.

Mi lápiz. Como un amigo mi lápiz. Tiene un poquito de mí este lápiz.
Te sonrío y muevo la cabeza mientras emergen tus cabellos. Una eternidad tus cabellos.
Te he escrito un poema. Se desliza el poema mientras te evoco. Conjugando mis sueños el poema se hace ala. Te acaricia el verbo mientras tú duermes.

Ahora me voy. No sé cómo termina el poema. Me voy. Con la sonrisa más triste para celebrar mi dicha más grande, me voy. Tal vez te lo cante cuando roce mis labios a tu rostro. Tal vez. Cuando bese tu sombra. Cuando abra mi código. Adiós.







Evocación Nostálgica

Siempre te evoco descifrando nostalgias. Al fondo de la copa parece reflejarse el cielo. Entonces Mercedes se diluye entre dos minutos. Eclosión de mujeres a las que debí haber amado. Como un torbellino de segundos aparece Mariam. Y yo le digo ¡Hola Mariam! Bosquejo idílico, Mariam. Inferimos atardeceres de pájaros y árboles. Pero la tierra es seca ¿Importa?

Atardeceres y Mariam. Como cantar de sirena, Mariam. Así, el vino llega muy hondo para presenciar tu ausencia, La copa se alza y todos giran en torno mío. Claro, tú impávida, no crees eso.



Los días hacían estragos, me hundía más y más en el tedio. Fue doloroso admitir que ni siquiera Mariam existía,  que los días de alegría con ella solo fueron evocaciones futuras,  bosquejos idílicos de algo que debió haber sido, admitir que ya no había pretexto para la sonrisa y que mi soledad era más soledad que nunca.

Para entonces apareció una muchacha cuyo nombre también comenzaba con M. Pero ya no importaba como se llamase.

Garabateando mis papeles pensé en el dolor que me causaba tu búsqueda.

Sin embargo necesitaba vivir y vivir era buscarte.
¿Buscaría un poco más? ¿Me enamoraría de esta chica? ¿importaba si me enamoraba de verdad? ¿y si aparecieras tú?

Me hubiera gustado que te llames Sandra y tal vez así hubieras aparecido.
Ya desfallecía cuando te escribí la última evocación y tal vez era ya mi despedida.



Evocación desfalleciente

Hace sol. Me muero de a poquitos. Ni siquiera tengo coraje para morir del todo. Pero hace sol.

No lo niegues. Tú sabes que odio el sol. ¿Por qué no lo detienes?
Perfil de diosa. ¿Has de dejar que me asesine?. Pero ni una sonrisa me lanzas. ¿Y cómo he de protegerme? Tu sonrisa. Como agua fresca tu sonrisa. Como viento. El sol evapora mis nostalgias. ¿Qué me queda?

Sigue haciendo sol. Es humillante cuando hace sol. Como una daga en el corazón el sol. Hasta el recuerdo se cansa. Se duerme el lápiz mientras te observo. Hace sol ¿entiendes? No me culpes.



 Once años  y tu ausencia dejó de ser ausencia. Tus ojos, tu rostro bonito, tu mirada dulce, tu mirada dura, tu inteligencia, tus iniciales de nombre y apellido escritos en mi mano.

Tomé las manos de la joven que me  acompañaba y ella las retiró. Su firmeza me hizo reparar en sus hermosos ojos negros, luego ella habló.
Sólo me pediste que definiera mis sentimientos, y, entonces te vi. Como quien desarrolla un misterio y visualiza el rompecabezas. Todo coincidía. Absolutamente todo. Mis manos por fin te acariciaron como en aquella noche de fiebre.
Todo se diluyó entonces.
Solo quedabas tú.
Inmensamente tú.



EPILOGO

Muchos años más tarde...

Evocación futura

He aquí que la amo.
Sin precipicios y sin tristezas la amo.

He cogido mi lápiz y juntando alegrías he viajado por mí mismo para cantarte un poco.

Desde los años vividos he ido conjugando verbos y ahora puedo definir el nombre.

¿Qué importa que ya no recoja mis pasos?
Si con su sonrisa ha trazado mi camino.




Evocación final

He aquí que la amo.
La amo a ella y a su nombre.
Su nombre,
Mi amor y su nombre,
Sus aretes impares y mi nombre,
Mi amor y su mirar sereno.

He aquí que la amo.
Como quien sueña y sonríe la amo.
Como quien nace.
Sin excusas la amo.
Como a nadie.

He aquí que la amo
con su nombre grabado en fuego en mis manos.